COMUNICACIÓN VILLANTINA

CRÓNICA

 

LA EVALUACIÓN:

GUILLOTINA DE ILUSIONES

Por

IVÁN SALAZAR MARTÍNEZ.

DOCENTE  INFORMÁTICA

PRIMARIA SEDES A-B

 

Se me plantea escribir una crónica para mi clase de seminario II, sobre evaluación o más exactamente sobre las concepciones que yo tengo sobre este tema, e inmediatamente salta a mi memoria como llamado a lista, el recuerdo triste de una experiencia dolorosa que marcó para siempre, tanto mi proyecto de vida, como la misma actitud frente a ella. Y muy en el fondo de mi ser,  me siento impulsado por no sé, qué fuerza extraña o tal vez, por algún tipo de pataleo de ahogado resentido del pasado a narrar dicha experiencia confiando que ésta clasifique dentro de este género.

De 1968 a 1973 estudie la primaria, época de la cual recuerdo como experiencia significativa de evaluación las famosas previas y exámenes y que generalmente se realizaban terminando tema, período y año, estas pruebas definitivamente no eran muestra legítima de conocimiento porque para muchos, entre ellos yo, se convertían en momentos perdidos, pues todo el esfuerzo se encaminaba a la práctica memorística y llegado el momento de la prueba, la angustia por no perderla desembocaba en un bloqueo mental, y por ende la prueba se perdía y por consiguiente muchas veces el período o año. Como prueba de esto me permito comentar la siguiente situación: en julio de 1973 sufrí un grave accidente de tránsito, en esos momentos cursaba quinto de primaria y dada mi hospitalización, me tocó parar de estudiar por tres meses, al final de los cuales retomé y terminé el año pero, obviamente mis notas, dadas mis fallas,  no eran las mejores, según éstas perdía el año,  pero en una jugada maestra y queriéndoseme brindar una oportunidad,  el profesor nos planteó a mis padres y a mí lo siguiente: “como el niño tiene la oportunidad de presentar examen de admisión para el bachillerato (en el colegio INEM “Santiago Pérez”, Tunal) les propongo que lo inscriban y que presente el examen, si él pasa el examen, yo le paso el año, de lo contrario el niño repetirá el año”. Decidieron mis padres inscribirme y sí, presenté el examen, y ¡oh  sorpresa!  Pasé el examen y por supuesto el año, e ingresé al bachillerato, donde mantuve un desempeño bastante aceptable. Me pregunto, ¿Qué pasó con esas notas malas de la primaria? ¿Era yo mal estudiante? ¿O  más bien  dominaba procesos? Son interrogantes que dejan en entre dicho la evaluación tradicional, y pensar que en la actualidad los colegios retomaron dicha evaluación.

Corría el año de 1981, ya había pasado un año de mi grado como bachiller, y en un gran esfuerzo y catapultado por los deseos innatos en mí, de hacerme profesional con el firme propósito de ayudar a mis padres y hermanos en el mejoramiento  de situación económica, logré ingresar a la Universidad Jorge Tadeo Lozano para estudiar Sistematización de Datos, carrera que en ese momento era el boom, pues empezaba a coger vuelo los impresionantes desarrollos de software y hardware, no me alcanzo a imaginar qué futuro me hubiera deparado el destino si hubiera consolidado esa carrera, para costear mis estudios acudí a un préstamo en el Icetex el cual con la fianza de un primo que creyó en mi ilusión me apoyo y lo logré, pero dada la estrechez económica de la casa me tocaba trabajar en el día y estudiar de noche, gracias al empuje que me caracterizaba iba logrando mi cometido, y para ese momento ya avanzaba por el tercer semestre, con algunas dificultades tanto económicas (dado que mi trabajo era de rebusque en lo que me saliera) y por supuesto académicas, pero que eran llevaderas, hasta que llegó el momento cumbre de mi derrumbe, la hecatombe en ese momento.

En una de las clases de Matemáticas, el profesor Jorge, hombre corpulento, bonachón, sobrador en el manejo de su disciplina, jugaba con los números, a mí me parecía debía ser, dado sus muchos años de práctica en la repetición de lo mismo, lo que para otros era descrestante para mí era de lo más normal. Terminando de explicar el tema de solución de ecuaciones por matrices comunica la fecha de evaluación del programa  del respectivo corte bimestral y  a preparar la evaluación compañeros, se dijo.

En ese momento, terminada  la clase nos reunimos cuatro compañeros:  Leonardo, Jairo, Alfredo y yo, a programar la logística de preparación de la evaluación, cuadrar tiempos, el sitio, las actividades y los materiales, Jairo ofreció su casa para reunirnos y acordamos que fuera el sábado en la tarde y el domingo todo el día el tiempo de estudio, cada uno llevaría consigo los materiales y recursos afines con los temas. Y así, en forma casi religiosa  llevamos a cabo lo planeado, el sitio de la casa  escogido por Jairo para estudiar era excelente, un salón grande con grandes ventanales y muy bien ventilado, la actitud del grupo alegre y dispuestos, asumimos cada tema y nos repartimos los ejercicio que una vez resueltos individualmente eran  socializados hasta dejar en claro su desarrollo y resultado, no puedo dejar sin recordar a doña Rosa, madre de Jairo y que hacía las interrupciones más esperadas por nosotros, era cuando ella irrumpía con la gaseosita, el sándwich , el almuerzo y los tintos.  Se podría asegurar que una vez concluida la actividad de repaso quedábamos en las mejores condiciones para afrontar con expectativas de éxito la evaluación que se nos avecinaba.

Llegó el citado día, me tocó una jornada de trabajo durísima, por esos días me desenvolvía como almacenista de una obra en el norte de Bogotá con la compañía Ponce de León y Asociados  y ese día precisamente me llegaron pedidos de todo casi que no logro organizarme para acudir a la universidad. Llegué a la U. a las seis pasaditas y el profe Jorge ya estaba dando las indicaciones del parcial, terminó y entregó las pruebas no sin antes sentenciar: “el que sea sorprendido haciendo copia le será anulado su examen, con sus respectivas consecuencias”. Di  inicio a la solución de la prueba en  medio de un silencio sepulcral  pero con la confianza que el repaso me brindaba, la prueba constaba de cinco puntos (problemas), comencé a leer el primer problema, nada;  seguí con el segundo, grave; continúe con los demás, nulo; empezó el sudor a hacer de las suyas, levanté mi cabeza, respiré profundo y me di la orden de tranquilizarme, retomé la lectura, nada y a medida que avanzaba en la lectura de los otros, sentí el galope de mi corazón con ganas de salírseme del pecho y mis prendas de vestir empezaron a humedecerse de sudor ¡por Dios, no entendía nada! ¿Qué había operado en mí?, ¿se me había olvidado todo? No sé, en ese momento me sentí el ser más despreciable del mundo, todo mi ser empezó a temblar di la última lectura buscando destrabar mi lógica y en un instante de lucidez, simplemente, comprobé que los problemas de la prueba eran un rebusque del profesor, con qué fin nunca lo supe porque fue ahí donde tomé una decisión contundente pero hoy reconozco que loca a la vez; doble la hoja, recogí mis cosas, me dirigí al profesor, quien con una sonrisa burlona y un dejo de morbo en su actuar preguntó “¿Qué paso? ¿No entendió?” Yo todavía no comprendo como pude medio coordinar mis movimientos y mi mente que en esos momentos no eran más que una masa de gelatina temblorosa y al mismo tiempo con un potencial de explosión peligrosísimo, dar una respuesta  que no fuera violenta, pero si dura y diciente a la vez, con una voz que más bien parecía los gemidos de un fiera agonizante le dije:  “profesor,  es  que entre más se agacha uno, más se le ve el c…”, frase acuñada por mi padre para referirse al sacrificio sin resultados. Salí de ahí erguido, no sé si consiente o no pero si, seguro de la decisión que acababa de tomar, sabía que en ese momento estaba botando a la basura: la materia, el semestre, la carrera y la posible parte del posible futuro de mi posible vida.

Por haber tenido consecuencias que vistas desde la perspectiva de hoy parecen menores, este hecho sí marcó en mí las directrices de mis concepciones evaluativas, fue desde allí que empecé a cuestionar el fenómeno de la evaluación, se percibía en el ambiente que la evaluación más que servir para detectar las falencias en los estudiantes y mejorar las practicas docentes, servía en las universidades como tamiz de selección y por obvias razones, los que venían de mejores oportunidades educativas continuaban el proceso, pero lo más triste era observar como las diferentes universidades se ufanaban de eso y parecía que se gozaban el proceso de la masacre de oportunidades que estaban realizando.

El hecho de haber trabajado en forma independiente durante muchos años de mi vida me brindó la oportunidad de ser un empírico por excelencia,  comprobando que es en la práctica como  se consolidan las competencias y conocimientos y que la práctica evaluativa invariablemente debe ir de la mano del proceso que deseamos que se desarrolle en determinada persona, por ende, en dicho discurrir de vida no hay notas, simplemente “sabe o no sabe”, lo que no sabe se le refuerza hasta que se consiga su habilidad en determinada competencia, cuando se quiere obviamente compartir el conocimiento al costo que sea ,de lo contrario son evaluaciones que buscan es destacar la superioridad de quien las aplica, son selectivas, y en muchas ocasiones persiguen créditos económicos vendiendo mucho más costoso el conocimiento al hacer repetir dos y tres veces lo visto.

La vida me ha brindado la oportunidad en los últimos años de ejercer el oficio de maestro en primaria y sigo siendo fiel al concepto de evaluación que manejo desde mi práctica en la parte técnica, por mí, de no ser porque la parte institucional lo exige, no sacaría una nota, daría un concepto. Personalmente, siempre evalúo a mis estudiantes sin que se den cuenta, dada la experiencia que me marcó y que comenté arriba,  no quiero que las personas que estén bajo mi responsabilidad padezcan ese estrés innecesario, y ellos responden,  dado que la materia que yo dicto es tecnología,  la cual se trabaja con pequeños proyectos prácticos en la construcción de modelos didácticos, afines con sus gustos, con materiales y herramientas elementales, actividad que de por sí sola despierta la curiosidad , el interés y el deseo de hacerlo bien, y qué decir de la informática, que con el sólo hecho de llegar a la sala , sentarse frente al computador a trabajar, se les puede ver esa inmensa alegría de poner en práctica ese don que poseen casi naturalmente los niños y adolescentes nativos virtuales de la modernidad, y como son niños de primaria, uno no tiene que empujarlos a la participación, pues por el contrario,  es tanto su entusiasmo que quieren hacer las cosas ya. Dada esta dinámica tan especial, pareciera ser que ellos en esos momentos no fueran consientes de la nota como tal,  sino más bien como yo los pongo a competir en el funcionamiento de cada proyecto, ellos si desean inmensamente que su proyecto cumpla con el fin que se trabajó y ojalá sea el mejor, y es grato cómo, después de la primera puesta en escena y hechas las correcciones por mi parte, ver a los niños y niñas cacharreando hasta ponerlo a funcionar bien.      

Cuando uno está pendiente y entregado a la causa educativa, usted se da cuenta quien maneja o no el concepto, o competencia que se quiere desarrollar en él, además debe tener la capacidad de reconocer las personas con dificultades para establecer dinámicas que les permita adelantarse

 Quiero concluir aquí, reconociendo con tristeza cómo gran cantidad  maestros no han logrado transformar sus prácticas evaluativas de fondo,  basta observar como en la oportunidad que se nos pone en  bandeja, de hacer aportes novedosos con el nuevo Decreto 1290, terminamos en la gran mayoría de colegios reciclando sistemas evaluativos con los que nos evaluaron a nosotros ya hace varias décadas y con el que se busca  retomar la autoridad que no fuimos capaces de obtener sin el látigo de la nota.

 

 

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