Por
CARLOS ALBERTO ABRIL MARTÍNEZ
SICÓLOGO. COORDINADOR .
Domingo 03 de Abril de 2011 01:48 |
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La exposición a actos de violencia genera agresividad.
Tras interrogar a unos 800 niños de entre 8 y 12 años sobre si habían presenciado actos de violencia en la escuela, el vecindario, el hogar o en la televisión, un grupo de investigadores liderados por Izaskun Orue, de la Universidad Deusto en España, concluyó que "la exposición a la violencia aumenta la agresividad sin importar dónde se la perciba, o si la persona es víctima o testigo". El estudio consultó a los participantes sobre si habían sido víctimas o testigos de actos de violencia, y sobre su apreciación moral de los hechos que habían presenciado, midiendo la agresividad de los niños en base a sus respuestas y a las opiniones de sus compañeros. Seis meses más tarde se repitió el cuestionario, con las mismas preguntas. Esto permitió verificar los cambios producidos en ese lapso. Los escolares que habían presenciado actos violentos eran más agresivos. Ser testigo de la violencia -o víctima- también tiene un efecto retardado: detectar la observación de violencia en la primera fase del estudio permitió predecir un aumento de la agresividad seis meses después, respecto del nivel de agresividad de los niños al principio. Lo mismo se aplicó a las víctimas. Sin importar el nivel de agresividad inicial, éste aumentó seis meses después, cuando las condiciones no variaban. El aumento en la agresividad es causado, en parte, por un cambio en la percepción de los niños, al aceptar que la violencia es algo normal. Presenciar continuamente actos violentos en el hogar, la escuela o en la televisión, o ser víctima de la violencia, los hace verla como algo normal y aceptable. Creer que la agresividad es normal sólo produce más agresividad. "La gente expuesta a una dieta de violencia acaba creyendo que la agresión es un modo normal de resolver los conflictos y conseguir lo que se desea. Estas creencias debilitan las inhibiciones frente a la agresión a otros", sostienen los autores. La investigación incluyó a expertos de la Universidad de Ohio (EEUU), de Holanda y Alemania. Copyright © 2011 Síntesis Educativa. Todos los derechos reservados. Publicado en Buenos Aires, Argentina. ISSN: 1853-3302 |
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En una reunión que realicé con un grupo de estudiantes del colegio, surgió la pregunta sobre el por qué de la asistencia de muchos niños, niñas y jóvenes a las peleas a la hora de la salida de clases. Se destacó la respuesta de una joven, quien dijo en pocas palabras: “es que la adrenalina que se siente”. Esa respuesta me recordó un aspecto que es conocido por todos los seres humanos, es el de la sensación de placer que generan ciertas actividades, que miradas desde puntos de vista diferentes al de los implicados, pueden ser calificadas de grotescas y hasta de asquerosas. Es el caso de las corridas de toros, las peleas a puño limpio que hoy vemos en algunos canales de televisión, en las que supuestamente se mezclan artes marciales, boxeo y otras formas de defensa, pero en las que lo importante es la ruptura de una nariz, de una ceja o de la boca, con su correspondiente efusión de sangre, todo a color, y mucho más emocionante si es en vivo y en directo.
Entonces, se puede afirmar sin mucho miedo a equivocarse que los niños y niñas del colegio participan en esas actividades porque les genera una emoción. Eso los lleva a correr el riesgo de llegar tarde a casa y, quizás, recibir el llamado de atención de sus padres. Sin embargo, la emoción vivenciada es tan fuerte y placentera que bien vale la pena correr el riesgo. Surge la pregunta sobre qué pasa en la cabeza de estos niños y niñas, que lejos de ser asistentes pasivos, se muestran como participantes activos, apoyando a un compañero, o atacando a su rival, atizando con sus gritos y presencia, las agresiones entre los dos “combatientes” de la noche.
Generalmente, las dos personas que pelean están en la búsqueda de reconocimiento por parte de sus compañeros, quieren ganar cierto “respeto”. Además, y no es poca cosa, tienen algo de valor para asumir el enfrentamiento con otra persona. Es probable que hayan participado ya en peleas (probablemente las perdieron) y tienen una necesidad puntual de verse como ganadores en algo (también coincide en muchos casos las deficiencias académicas). Encontramos así a dos personas deseosas de afecto y reconocimiento. Luego viene el malentendido: “usted por qué es tan malmirado”, “me dijeron que usted está molestando a…” “por qué dijo eso de mí”. Luego, como bola de nieve aparecen comentarios que vienen y van, y algo que buscamos los profesores a toda hora y que no conseguimos casi nunca “el acuerdo” (claro, nosotros buscamos otro tipo de acuerdo), surge aquí de inmediato: se establece la hora y lugar de encuentro con una facilidad inquietante, obviamente esta información se riega como pólvora y están dadas las condiciones para el espectáculo de la noche. Cabe preguntarnos, ¿qué pasaría si no hubiera presencia de otros estudiantes en el encuentro entre los dos peleadores? ¿Habría pelea?
En los espectadores de ese tipo de peleas encontramos diferentes tipos de personas: por un lado aquellos que están íntimamente relacionados con uno de los dos muchachos, en ese sentido podría pensarse que hay algo de solidaridad hacia él. Pero, ¿no sería más solidario hablarle y decirle que él merece algo más que un golpe? Otro tipo de asistentes, son aquellos que se emocionan con la pelea, les llama la atención y buscan esa sensación de la que hablábamos más arriba, en el fondo son temerosos y no podrían asumir el papel jugado por los otros muchachos. De alguna manera, se identifican con el que están peleando y en sus fantasías se ven peleando y venciendo a su rival imaginario. Obviamente, en la fantasía no hay narices rotas ni sangre en la camisa. Finalmente, asiste otro tipo de personas que son quizás las más peligrosas, aquéllas que les gusta la violencia que promueven la pelea como medio para “des-ofenderse”, que quizás no saben ni el nombre de los jóvenes o niñas involucradas, pero que con su aspecto físico muestran que ya han estado en situaciones de este tipo. Generalmente, son de edad mayor a la de los estudiantes, quizás un “amigo” o conocido del barrio, incluso un familiar de algún estudiante. Son personas que no tiene claro su rumbo, que de alguna manera regresan a la escuela porque hay un resentimiento, quizás salieron prematuramente de ella y ahora buscan ser alguien, así sea el que genera miedo. Si su hijo asiste a peleas valdría la pena interrogarse sobre qué tipo de joven es, si eso que está mostrando ahora le va a posibilitar algo en el futuro. Finalmente, sobre qué está haciendo como padre para que él o ella se incluya en una actividad como la de “pelea en la calle”. |
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TIPS PARA HABLAR CON SU HIJO
Reconozca los éxitos de su hijo, a veces sólo estamos pendientes de aquéllo en que fallan.
Tenga claras las normas y los límites que regulan la conducta en el hogar: horas de llegada, funciones en la casa, sanciones, entre otras.
Revise sus cuadernos y trabajos, si él ve que para usted son cosas importantes, también lo serán para él.
El contacto físico derriba barreras, acaricie a sus hijos e hijas y dÍgales cuÁn importantes son para usted
EXPRESe A sUS HIJOS E HIJAS CUÁNTO LOS QUIERE, NO DÉ POR SEGURO QUE YA LO SABEN
CUMPLa LO QUE DIga Y CONSTRUIRÁ AUTORIDAD.
SI PROMETE UN PREMIO ENTRÉGuelo, SI ANUNCIA UN CASTIGO, LLÉVeLO A CABO